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Channel: productividad – Más allá del microscopio
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Productividad, eficiencia y otras mentiras

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Hace unos días pillé una conversación entre dos tuiteros que discutían sobre los conceptos de productividad y eficiencia aplicados al trabajo en sanidad. El viernes pasado se celebró en mi hospital una sesión sobre gestión clínica en la que el ponente habló de los centros sanitarios como empresas. El consejero de sanidad de la comunidad autónoma donde vivo no para de hablar de mejorar la eficiencia del sistema, aunque pone ejemplos poco afortunados (p. ej., que la automatización de un laboratorio hace que las personas sean prescindibles).

Hoy les voy a recordar lo que ya el Insalud entendía por productividad, allá por los años 80 del pasado siglo. En los contratos de gestión de entonces se establecía como objetivo anual para algunos servicios (p. ej. Microbiología) aumentar las determinaciones realizadas en un 10% respecto al año anterior. En la parte microbiológica de mi actual servicio, hemos sido aplicados y -redondeando un poco- podemos decir que hoy hacemos el doble de pruebas que hace 10 años, sin haber aumentado (al contrario) la plantilla. O sea, podríamos decir que hemos duplicado la productividad.

Claro que si dijéramos tal cosa, estaríamos, pura y simplemente, mintiendo. Veamos por qué.

1. Medir la productividad exclusivamente como el número de unidades de “producto” (en este caso pruebas microbiológicas)  generadas por cada trabajador sin tener en cuenta los costes es un sesgo de campeonato. En primer lugar, porque aunque los costes de personal se hayan mantenido en dinero constante -lo que es discutible- los de reactivos y otros fungibles para efectuar más pruebas han tenido que aumentar, y lo han hecho en mayor proporción que el número de aquellas, porque las técnicas nuevas son más caras que las tradicionales. Un antibiograma manual clásico, por ejemplo, cuesta algo menos de 1 €, mientras que con el sistema automatizado supone unos 10 €. El año pasado hicimos algo más de 9.000, con un ligero aumento (< 1%) sobre el año anterior.

2. Pero no está ahí el mayor problema. La cuestión es si se puede establecer como objetivo el de hacer más cosas, cuando una buena parte de ellas son innecesarias o incluso contraproducentes. Porque así es. No quiero criticar el ojo clínico de mis colegas prescriptores de análisis microbiológicos, sometidos a veces a enorme presión asistencial. Pero no deja de ser sintomático que no lleguen al 25% los urocultivos positivos (cosa fácil de “orientar” con una tira reactiva de las que pueden disponer en cualquier consulta), y que se soliciten centenares de determinaciones cada año con un rendimiento diagnóstico 0 (cero). Sí. Han leído bien. Por mucho que se empeñen, ninguna de las 656 solicitudes de detección de Ag de Legionella en orina durante el año pasado fue positiva. El “por si acaso” y la resistencia de algunos a pactar protocolos mínimamente motivados hacen que el chorreo de recursos sea continuo. Eso sí, los precios unitarios cada vez son menores, gracias a una “agresiva” política negociadora por parte de suministros (durante años pagamos cada determinación a más de 25 €, cuando ahora pagamos la mitad).

3. De modo que para hablar de auténtica eficiencia debemos introducir correctamente los resultados que se consiguen con el gasto realizado. Y -salvo que sean tesoreros de algún partido político- convendrán conmigo en que los resultados de la asistencia sanitaria que deben priorizarse no son las meras actividades que realizan los profesionales, sino su impacto en la salud de los ciudadanos. Cuando ese impacto se aproxima a cero o incluso es negativo (como cuando se no se observan las medidas de asepsia al sacar un hemocultivo y no hay forma de interpretar si el aislamiento de un microorganismo habitual de la piel es significativo clínicamente o no, pero atizamos el antibiótico), no me hablen de productividad. Ni de calidad.

4. De modo que empecemos por recortar o -como dicen los expertos- desinvertir en lo que no merece la pena hacer y quizá la crisis sea más llevadera. Ya saben, “con un poco de azúcar, esa píldora que os dan, pasará mejor“, como cantaba Mary Poppins. Les pongo una figura que hasta un político-gestor puede entender.

Y, de paso, recuerden su infancia


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